La bandera de la invasión

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Pudo haber sido otro sitio, pero el azar histórico quiso que fuera Taguasco, específicamente Ciego Potrero, el lugar donde ocurrió la despedida de la invasión por parte del Gobierno de la República en Armas, ceremonia en la que también se lleva a cabo la conmovedora entrega de la Enseña Nacional a Antonio Maceo para portarla en su misión hasta el extremo oeste de la Isla.

El hecho tuvo lugar el 5 de diciembre de 1895, cuatro días después de que Serafín Sánchez fuera designado jefe del Cuarto Cuerpo del Ejército, estructura que abarcaba al territorio de Las Villas.

En la comunicación de tal responsabilidad el General en Jefe, Máximo Gómez, le expresa al destacado patriota espirituano: «En la pericia militar de Ud. y acrisolado patriotismo, queda confiado este Cuartel General para el satisfactorio desempeño del importante cargo que se le confiere». Además le fue reconocido al insigne guerrero el grado de Mayor General, la más alta jerarquía en el Ejército Libertador.

LA IDEA DE LA BANDERA

En septiembre de 1895, en la Asamblea de Jimaguayú, se constituye el Gobierno en Armas. La revolucionaria Belén Agüero de Betancourt tuvo la iniciativa de hacer un obsequio al presidente de la República. Dicho presente consistió en una bandera cubana.

Belén y otras conspiradoras realizaron una colecta entre más de medio centenar de mujeres camagüeyanas para hacer realidad la idea. Una vez confeccionado el pabellón fue obsequiado al presidente electo, Salvador Cisneros Betancourt, quien teniendo en cuenta la coincidencia del gesto con la preparación de la campaña hacia el Occidente del país, decidió que el estandarte fuera la bandera de la invasión.

El Gobierno, que había designado General en Jefe del Ejército a Máximo Gómez y, Lugarteniente a Antonio Maceo, quiso compartir los peligros de la guerra, por ello partió desde la sabana de Baraguá con los invasores a pesar de la resistencia hecha por el Titán y el Generalísimo.

Maceo temía que el Presidente perdiera la vida en la contienda, por tal razón insistía en su retorno a la zona oriental, lo cual era recomendable, además, por la situación política existente y la necesidad de administrar los fondos para la compra de armamentos en el exterior.

A finales de noviembre le expresa a Gómez: «Otra consideración me ha movido a dar este consejo al Gobierno, y es la de que su presencia en las Villas podría dificultar el desenvolvimiento de las operaciones proyectadas por Ud., y distraer fuerzas de la columna invasora para atender á la custodia de aquél.

Además, pudiera suceder que perdiésemos en un combate al Presidente, y en estos momentos, tan apremiantes para nosotros sería una pérdida de muy mal efecto».

Después de dos meses y medio de vida en campaña, regresa el Gobierno a Camagüey.

EMOTIVO ACTO ANTES DEL RETORNO

El Comandante Raimundo Sánchez, hermano de Serafín, describió la emotiva despedida:

Día 5. Muy temprano nos despiertan los alegres acordes de la Banda de música oriental que acompañaba al general Maceo. La víspera nos había dormido, blandamente mecidos en nuestras hamacas al compás de las suaves notas de aquellos aires especiales, y hoy nos halaga la misma música, a las que siguen las cornetas tocando diana. Nos preparamos todos, como para marchar, se forman las fuerzas para despedirnos, pues el contingente invasor, con los generales Gómez, Maceo y Sánchez, ha de seguir adelante, y el Gobierno ha de regresar a Camagüey…

En calidad de delegado del Gobierno y para que lo represente en Las Villas y Occidente con todas las facultades que al mismo competen se quedó el secretario del Interior, el Doctor espirituano Santiago García Cañizares.
También José Miró Argenter, jefe del Estado Mayor de la columna, relata en su obra Crónicas de la Guerra la despedida:

«El ciudadano Presidente Salvador Cisneros, después de dedicar algunas frases al ejército libertador por su entusiasmo y decisión en los combates, prendas seguras de mayores victorias, puso en manos del caudillo oriental una lujosa bandera, regalo de las hijas del Tínima, para que ella fuese la insignia triunfal de la invasión de occidente, empresa heroica cual pocas -dijo el íntegro patriota- llena de peligros y sembrada de obstáculos, pero que serán vencidos por el valor y la fé que a todos os anima, y por el poderoso brazo de nuestro ilustre caudillo, ¡de nuestro Maceo!, a quien hago donación de esa bandera para que flamee al soplo de las brisas de Levante sobre el risco más avanzado del Cabo de San Antonio.

Según se cuenta en la Historia, Cisneros Betancourt, por tanta emoción, no pudo continuar su discurso y a manera de epílogo abrazó al Lugarteniente General, momento en que un golpe de viento envolvió a los dos patriotas en los pliegues del pabellón, como si la brisa hubiese querido hacer suprema la conmoción en aquellos instantes.

Maceo entregó la insignia a su joven ayudante Ramón Ivonet Hechavarría, quien la llevó hasta que murió gloriosamente en la batalla de Tumbas de Estorino, Pinar del Río.

El emblema fue rescatado por los ayudantes de Maceo, Emilio Bacardí, Gerardo Portela y M. Nodarse con gran peligro para sus vidas.

El Titán, que lamentó la muerte del abanderado, entregó la enseña a un hermano del héroe caído, al Coronel Pedro Ivonet y Hechavarría, quien la portó orgulloso durante la campaña hasta la trágica ruta de Punta Brava. Luego regresó a Oriente con la bandera, que tiene más de un balazao y la cedió, en 1902 al alcalde municipal Emilio bacardí. Allí permanece, conservada en un cuadro del museo Bacardí, en Santiago de Cuba.

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